Publicat a El Club Express
10/05/2013 |
Artes Escénicas, Barcelona, Teatre Nacional de Catalunya.
Del 8 de Mayo al 22 de Junio en el TNC de Barcelona.
Pongamos una
guerra, cualquier guerra, y añadamos una amistad, pero no cualquiera, sino de
las de verdad, de las profundas, de aquellas que son para toda la vida, aunque
duelan, aunque decepcionen. Guerra y amistad. Estos son los ingredientes de Barcelona, un espectáculo sublime en la
interpretación y emotivo en la acción. Núria (Míriam Iscla) y Elena (Emma
Vilarasau) son dos amigas que toman decisiones opuestas por una guerra que las
separa. En el devenir de la trama, su reencuentro hará aflorar las heridas de
la separación, pero también el mutuo amor profesado. Núria se atribuye el papel
de resistente, de defensora de su casa y su familia, a pesar de que de esa casa
ya sólo le quedan las ajadas paredes. Elena se aleja de los infortunios para
sobrevivir, incluso para vivir, para resurgir como un fénix, a pesar del dolor
de la distancia y de las heridas por la huída.
¿Quedarse y
resistir o salir del país y sobrevivir? ¿Y a qué precio? Éstas, sin duda
alguna, podrían ser frases aplicadas al momento actual. ¿Plantar cara a un conflicto
que provoca la amargura en las personas o dar la espalda a esa situación para
intentar continuar en otras tierras, en otros lugares? Núria y Elena representan los dos polos de la lucha por la
supervivencia. No sólo por una resistencia material, sino también y, sobretodo,
emocional. El amor, sin edulcorantes, conduce a ambas mujeres a su propio
rescate, a borrar los surcos de la desolación, a anular los signos de la
desesperación y a suprimir la senda del conflicto.
Es éste un
espectáculo conmovedor y sensible, tierno y cruel, que podría realmente
alargarse, ya que Pere Riera, el autor y, a la vez, director propone, aunque de
manera tangencial, varias tramas. Son ocho los personajes llevados al
escenario, ocho vidas que se interrelacionan entre ellas, ocho maneras de ver
la vida y la muerte, de relacionarse con el entorno, en definitiva, ocho formas
diferentes de transmitir emociones y de cuestionar opciones, disyuntivas y
elecciones. Porque, en realidad, la realidad, la que traspasa la cuarta pared
del escenario es la emoción vivida por cada uno de los actores y actrices que,
generosamente, hacen partícipes al público de su veracidad.
Es éste un
espectáculo en el que la guerra tiene nombre y apellidos, una guerra conocida
aunque a veces ocultada. Sin embargo, los caminos por los que transitan estos
personajes pueden ser vividos en cualquier conflicto. Ocho visiones del mismo
conflicto. Acaso habrá quien diga que ésta es una obra local con un título que
determina el espacio, Barcelona, que
está al servicio de una población y de un momento histórico. Nada más lejos de
la realidad. Barcelona habla de amor,
inhala contención y exhala pasión en un contexto bélico donde, inevitablemente,
se polarizan los ardores. Y quizás una excelente y acertada forma de
materializar esa fogosidad de sentimientos ha sido incorporar un tango,
maravillosamente bailado por la pareja de protagonistas, por Núria y Elena. Las
dos intérpretes, despojadas de sus vestidos, acaso de sus corazas, danzan para
redimirse, para reconocerse y para reconciliarse con su pasado. Sobraban las
palabras.
Si bien,
Míriam Iscla (Núria) y Emma Vilarasau (Elena) se lucen en unos personajes que
saben combinar el drama con pequeñas dosis de comicidad, en un controvertido
duelo de acritud versus vitalismo, el resto del elenco Jordi Banacolocha (Joan
Vila, el suegro), Pepa López (Nati, la criada), Pep Planas (Simó, pintor
republicano), Joan Carreras (Ramon, novio de la hija de Núria), Anna Moliner (Victòria,
hija de Núria) y Carlos Cuevas (Tinet, hijo de Núria) disfrutan de intensos momentos
bien trabajados con un texto que les es favorable y una dirección que les
permite deleitarse.
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