Publicada en El Club Express
Julio 2013 | Festival Grec, Artes Escénicas, Barcelona
Después de una
inauguración de Festival plena de impulsos alegóricos con la Compañía Circa y
su espectáculo Opus, al día siguiente
se conjugaron tres estrenos: La banqueta
de Gérald Sibleyras dirigida por Paco Mir, Las
tres hermanas, versión androide dirigida por Oriza Hirata (basada en la
obra d’Anton P. Chéjov) y El veneno del
teatro de Rodolf Sirera bajo la dirección de Mario Gas.
Qué difícil
elección. La banqueta, con aires de
comedia se presentaba como un fantástico aperitivo para empezar el mes más
artístico de Barcelona con buen sabor de boca; Las tres hermanas, versión androide, resultaba una apuesta segura
para contrastar culturas del hacer teatral a la vez que despertaba inquietudes
e interrogantes, pues a uno de los personajes de las hermanas lo interpretaba
un androide; El veneno del teatro exhibía
un montaje con una de las figuras más relevantes del teatro, Mario Gas. A pesar de que la elección era complicada,
optamos por asistir al Teatro Romea para disfrutar de la dirección y la puesta
en escena de Mario Gas.
Ya con la entrada
en la mano observamos que la antesala al patio de butacas estaba llena de caras
conocidas, autores, actores, directores, escenógrafos y críticos se mezclaban
entre un público anónimo sediento de ver un buen espectáculo. Todos a la espera
de un texto que, después de su paso por Madrid y Buenos Aires, por fin, del 2
al 13 de julio, se instalaba en el corazón de Barcelona.
La trayectoria
teatral de Mario Gas es intachable. Su incombustible actividad profesional como
actor y director le ha llevado a ganar el Premio Nacional de Teatro de
Catalunya en 1996 por el montaje teatral Sweeney
Todd -donde cabe destacar el papel del recientemente desaparecido
Constantino Romero-, el Premio ciudad de Barcelona de las Artes Escénicas en
1998 por su montaje Guys and Dolls y
el Premio Butaca en 1999 por la dirección de La reina de la bellesa de Leenane. Y El veneno del teatro ha sido la opción de Gas para volver a montar
un espectáculo, después de su paso por la dirección del Teatro Español de
Madrid.
El texto de Rodolf
Sirera, en versión de José María Rodríguez Méndez, es un thriller escénico, un duelo entre dos personajes que cuestiona los
convencionalismos del teatro. Un célebre actor (Daniel Freire) es el invitado
en casa de un aristócrata (Miguel Ángel Solá) para que represente un texto
basado en la muerte de Sócrates. El acaudalado señor pretende que el actor
interprete la escena con la máxima fidelidad y realismo, hecho que pone en
cuestión y reflexiona sobre la veracidad del hacer teatral. Una espiral de
violencia psicológica dará paso a un inevitable final protagonizado por el
juego de palabras que da título a la obra.
La cuidada
escenografía de Paco Azorín ya deja entrever una atmósfera cerrada, donde hasta
el aire está recluido y es cautivo de un universo perverso. Mario Gas propone
un juego escenográfico dándole una vuelta más al texto y saltándose algunos de
los convencionalismos que el teatro ha ido estableciendo a lo largo del tiempo y
donde los actores, Miguel Angel Solá y Daniel Freire, se muestran potentes en
el uso de la palabra a la vez que logran mantener el clima de tensión
constante.
Paradojas de la
vida, mientras un androide interpretaba Chéjov en un extremo de la ciudad
condal, en el centro de Barcelona éramos testigos de una lección de
interpretación tan pura como verídica, tan depurada como cuidada.
Después de esta
iniciación, decidimos ir al estreno de Tragedias
Romanas, dirigido por Ivo van Hove. Duración aproximada de la función 345’, sin entreacto y en
neerlandés. Ante esta perspectiva de pasar una larga tarde y noche de viernes,
una inevitable pregunta era murmurada y repetida por los asistentes en las
esquinas del vestíbulo del Teatre Lliure… seis horas de función y en otro
idioma son muchas horas… ¿seré capaz de soportarlo? La inquietud planeaba por
la sala.
Para esté
espectáculo, uno de los platos fuertes del Festival Grec, se habían creado
muchas expectativas. La promoción indicaba que el público podía entrar y salir
cuando le apeteciera, cambiar de butaca, circular por el escenario y sentarse
en la escenografía, que era posible adquirir bebidas y comida en las barras
habilitadas en la escena e incluso que se potenciaba el uso del twitter durante toda la representación.
Tres tragedias romanas concatenadas –Coriolano, Julio César y Antonio y
Cleopatra- se presentaban en una función continua dedicada al mundo de la
política y, ante tal evento, los momentos primordiales de cada una de las tres
tragedias estaban minutados en el programa de mano: minuto 88 – Muerte de
Coriolano; minuto 138 – Muerte de Julio César; minuto 340 – Muerte de Cleopatra.
Así, hasta 41 momentos reflejados, incluidos los cambios de escenario. Ciertamente,
una ayuda indispensable para que los fumadores y los asiduos al baño no se
perdiesen los momentos dramáticos.
El escenario de
aproximadamente unos 30 metros cuadrados estaba cubierto de sofás y de
monitores de televisión. A un extremo la barra de bar, al otro, peluqueras y
maquilladoras que retocarían a los intérpretes entre escena y escena. ¿Era un
set de televisión o un espectáculo teatral? Desde el inicio, la mezcla e
interacción de cámaras teatralizadas o de teatro grabado aumentaba la
intensidad de la acción. Brillante el uso de los monitores y deslumbrante la
interpretación de los actores. Un derroche de energía iba cautivando al público
minuto a minuto. Las escenas se sucedían con interpretaciones emotivas que
hacían olvidar la subtitulación del espectáculo. De pronto, casi sin darnos
cuenta, habían pasado cuatro horas (¿ya? – nos preguntábamos) y los asistentes estábamos
como hipnotizados. Queríamos más. Como el buen libro que no quieres que se
acabe. Nos sentíamos espectadores de un acontecimiento irrepetible e inolvidable.
El lenguaje teatral y el televisivo confraternizaban. Jugaban y se amaban. El
elenco actoral desprendía talento y las escenas más íntimas seguían siéndolo
incluso en ese monumental escenario. Desbordante era la capacidad de
concentración y de abstracción de los actores interpretando con el público
sentado junto a ellos.
Fueron seis horas
de emoción y de pasión, tres Shakespeares vigentes, tragedias
contemporaneizadas con entrevistas y debates televisados en directo y una
ovación final con el público aplaudiendo de pie durante más de cinco minutos. Hay
espectáculos que permanecen en la memoria toda la vida e, indudablemente, éste seguro
que será uno de ellos.
Al día siguiente,
todavía con la resaca del virtuosismo de las Tragedias Romanas, nos acercamos al Teatre Grec para un cambio de disciplina
artística L’ADN de l’ànima (El ADN
del alma), un espectáculo de danza con música en directo bajo la dirección de
la bailarina Mudit Grau y el guitarrista Ramón Giménez.
A pesar de que el
público no era muy numeroso, un grupo de ocho bailarines de flamenco y hip-hop
consiguieron crear una atmósfera mágica que llegaba al alma de los asistentes. Los
seis músicos que les acompañaban con las guitarras, la percusión, el scratcher
y la voz, sobre todo la cálida voz de Paula Domínguez, ayudaron a transmitir
las emociones que los bailarines exhibían. Sensaciones, sentimientos, estados
emocionales e imágenes de poesía pura eran descritas por los intérpretes que se
desplazaban por el escenario desplegando y extendiendo su talento hacia las
gradas del teatro. El público, con un porcentaje elevado de extranjeros y
entregado des de la primera pieza, no necesitó de ningún texto para percibir, para
comprender que, sin lugar a dudas, el sentido de la vida es sentir.
Ha sido esta una
primera semana de Festival Grec intensa y emocionante. Con la previsión de más
danza, teatro y música de la mejor calidad, deleitaros con ella. ¡Vividla!
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