Publicado en El club Express
29 / 11 / 2013 | Artes
Escénicas, Barcelona, Almería Teatro
Respira. No te
quedes sin aire. Pero vívelo. Siéntelo. Una conmovedora angustia nos sobrecogió
el pasado 29 de noviembre en la sala Almería Teatro. Estábamos visionando Llibert, un texto escrito por Gemma
Brió, dirigido por Norbert Martínez e interpretado por Gemma Brió, Tàtels Pérez
y la cantante Mürfila.
En el escenario, una
madre expone los 15 primeros y últimos días de la vida de su recién nacido
hijo. Su pareja, sus amigos y familiares e incluso, quizás, su propio espíritu,
su contradicción más absoluta se concentran sobre el escenario. Música y
palabras se alternan en una historia que traspasa la cuarta pared, que hace
cómplices a los espectadores asignándoles un papel concreto en la montaña rusa
por la cual transita.
Llibert tiene ritmo. No sólo por la secuencia de músicas
escogidas, musicadas y cantadas. Ni por los innumerables paseos en una improvisada
sala de espera que desespera bajo la sinfonía de una letanía que se traduce en exasperación.
Llibert apuesta por un compás tan
trepidante que te quedas sin respiración. No hay margen para el proceso. Casi
se podría decir que es una pieza teatral de estilo grunge, donde Sam Cooke se codea con Jimi Hendrix y con Elvis
Presley, donde Strangers in the nigth
no sólo es la letra de una canción, sino la materialización de un hecho, de una
realidad.
Ésta es una obra
de obligada reflexión, con un texto directo que va al estómago, sin lectura
entre líneas, sin subterfugios ni hipocresías, sólo sentimientos y emociones
que, a menudo, se contradicen como todas las vivencias de los seres humanos. Un
texto que te arrastra como un tsunami, como una canción de Nirvana, con tal intensidad que necesitas de los momentos de calma,
acaso de los más suaves, aunque no los más llevaderos emocionalmente, para
darte cuenta de que habías estado sin respirar en el anterior “sólo de
guitarra” o lo que es aquí lo mismo, en un solo agónico, un grito de impotencia
hacia una temida decisión.
Cortinas de
plástico recrean una sala aséptica. En un hospital no hay bacterias, no hay
virus. Las emociones no trabajan en un hospital, sólo son médicos, doctores,
doctoras, enfermeras, enfermeros que también tienen el alma plastificada y que
son inmunes a las realidades que les rodean, a los procesos por los que pasan
los familiares, los enfermos. Quizás deba ser así, quizás hay ciertas
decisiones que deban tomarse esterilizadas, a las que hay que extirpar
cualquier ápice de sentimiento, de visceralidad.
Tres actrices en
el escenario dan vida a varias emociones. Alternan las nuevas tecnologías con
el viejo teatro y nos conducen hacia un coma inducido en el cual dejarse llevar
es sinónimo de padecer, pero también de reír, de aguantar, de resistir, de
llorar y de cantar.
Al final el
público aplaude, pero flojito, para no molestar la intimidad de la libertad
final. No es un aplauso de cortesía, es un aplauso comedido, silenciado, como
si aún estuviésemos en esa sala de espera desesperada. El público todavía tiene
el corazón en la mano y el nudo en la garganta. Todavía se está despertando de
ese viaje hacia el interior de ellos mismos. Aunque finalmente, y a pesar de
todo…el público poco a poco, ya pueda respirar.
Texto:
Ester Bueno (@Ester335)
No hay comentarios:
Publicar un comentario